miércoles, 9 de enero de 2008

Nuestra alegre juventud


Nunca habéis sentido esa cálida sensación de llegar a casa después de una fiestaca con la impresión de haberlo dado todo?. Así encontramos a Diego en esta instantánea, tras haber agarrado a la vida por los cojones tan solo unas horas antes, en una ciudad ajena, la de Helsinki, que precísamente por ser así de ajena y asá de lejana sufrió la mas cerda de las desmesuras por nuestra parte.

Esa desmesura que llevó a nuestro amigo Diego a tomar la dificil decisión de reducir el numero de comidas diarias a una, la cena, a las 6 de la tarde, porque no tuvo los santos cojones de hacerse la tarjeta universitaria que te permitía comer bazofia por 2,35 de lunes a viernes.
Y así, mientras Diego dormía hasta bien entrada la tarde, acudiamos cada mañana Vicente y yo a la universidad a cumplir con nuestra dura jornada estudiantil, que, salvo honrosas excepciones, consistía en una detallada consulta de las cosas de internet y en la comida y subsiguiente sobremesa hasta bién pasadas las tres.

Después matabamos pollos a bocados y corríamos semidesnudos por el hielo, cantando canciones de amor en una frecuencia inaudible, y por lo tanto inaudita, para el ser humano.